domingo, 30 de noviembre de 2008

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO.

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Evangelio Marcos 13,33-37.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Miren, vigilen: pues no saben cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velen entonces, pues no saben cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y los encuentre dormidos. Lo que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Velen!»

COMENTARIO:
Un padre tenía cuatro hijos, a los cuales, para darles una gran enseñanza a cerca de la vida, envió a cada uno de ellos a visitar un manzano. A uno lo envió en pleno invierno y cuando volvió le preguntó: ¿cuál es tu punto de vista de ese árbol? Respondió: es un árbol que parece estar muerto, no muestra algún signo de vida ni de esperanza. Al segundo lo envió en primavera y al regresar comentó que lo había visto florido con nuevos brotes y con muchas esperanzas, el tercero fue enviado en verano y compartió que el árbol estaba lleno de frutos y de hojas y muy hermoso. El cuarto hijo fue enviado en otoño y manifestó que aquél árbol estaba poniéndose triste y las hojas comenzaban a caer, parecía que el árbol estaba cansado de la vida y pronto iba a morir. El Padre reunió a los cuatro hijos y les da una lección: ustedes han mirado al árbol solamente en una estación del año. Para conocerlo y poder dar un juicio de él, es necesario contemplarlo en su totalidad, en cada un de sus estaciones. Así ustedes no se queden con una sola parte, traten de ver la vida en sus cuatro estaciones disfrutar cada uno de sus paisajes que son diferentes.
Hoy al bendecir la corona de adviento y encender la primera vela del tiempo de esperanza, hay que ver la vida con agradecimiento, ir dejando que la luz de Cristo ilumine cada una de las estaciones de nuestra vida. No podemos fijar nuestra mirada solamente en las situaciones difíciles, porque nos deprimimos. Detrás de cada tristeza hay una oportunidad de crecer y escalar más alto.



Son cuatro las velas, como indicando la totalidad, los cuatro puntos cardinales y las cuatro estaciones del año, el tiempo y el espacio que corresponden a nuestro Dios. A Él en este comienzo del año litúrgico le consagramos lo que somos, hacemos y tenemos y a su vez, Dios que es eterno se inserta en nuestra historia para darnos de su luz. Qué sería de nosotros, cuánta desilusión y desesperanza si Dios nuestro Padre no se dignara en enviar su Luz al mundo. El encender esta vela nos da la esperanza en que esa luz irá mostrándonos poco a poco el camino a seguir como humanidad, como pueblo de Dios, esa luz, va poniendo en manifiesto nuestras obras y nuestras intenciones delante de Dios. No podemos nosotros recibir a Jesús si no dejamos que la luz del perdón se enciendo en nuestro corazón. No podemos nosotros recibir a Jesús si no dejamos que la luz de la justicia venga y brille en nuestro mundo. Esta vela tiene que ser un signo de que nosotros hemos de luchar para que haya paz, hemos de esforzarnos por cambiar las realidades en las que sólo vemos actos de desamor y de inseguridad. Tenemos que recomenzar cada uno como hijos de Dios, nacer con Él, como pueblo, en la humildad pero también en la libertad ante las cosas del mundo que cada vez más nos esclavizan, contra el afán del poder que hace que los hombres en lugar de buscar la vida, se maten entre sí. Encendemos esta vela con vergüenza y a la vez con esperanza. Con vergüenza, porque la Luz ya ha venido a nosotros y no la hemos recibido, hay muchos que viven en la oscuridad mas espesa y en las tinieblas más profundas del odio, la delincuencia, la falta de sentido por la vida y de respeto por ella. El matar se ha vuelto cosa de todos los días. Entonces ¿cómo prepararnos para la navidad si estamos en pleno calvario? Es por eso que da vergüenza. Sin embargo este tiempo es la oportunidad de encender la esperanza, de creer en un Dios justo y misericordioso, de estar convencidos de que mañana será mejor que hoy, encendemos esta vela con la intención de ser mejores. El adviento es una oportunidad para engendrar a Jesús en nuestro corazón y dejar que vaya tomando fuerza su vida en nosotros.
Las sombras del mal se introducen de muchas maneras en nuestro hogar, en la vida cotidiana, en el matrimonio, en los hijos y va ensombreciendo nuestro corazón, por eso Jesús nos dice que estemos vigilantes. si nos distraemos un poco viene el ladrón y nos arrebata lo más valioso (como sucedió hace poco en una fiesta, donde unos delincuentes esperaron un poco a que los padres de una joven se descuidaran para luego llevarsela y darle muerte), tu fe, el amor y la esperanza, la confianza y la misma vida, Vigilar es estar con los ojos abiertos… cuántos desvelos inútiles, lejos de aquél que es la fuente de nuestra felicidad, cuántas distracciones, cuánta pérdida de tiempo. Abramos los ojos, abramos nuestra mente, nuestros sentidos y corazón al que es principio de nuestra existencia. Que hermoso es despertar temprano y que nuestro primer pensamiento sea Él, que hermoso es acudir a su llamado de mañana, con la mente fresca a la Eucaristía y a la oración y no dejarlo para el final, corriendo de un lugar a otro porque se nos pasó el día y ya no hay donde podamos cumplir con un precepto dominical. Preparémonos siempre, vigilemos siempre en oración y esperemos anhelantes el encuentro con la Verdad plena, con la felicidad absoluta, con el que es principio y fin de nuestra vida.
María, Madre del adviento, de la esperanza confiada y entregada a Dios, modelo de creyente. Ayúdanos a ser como tú, amar como tú y a saber esperar a Jesús siempre como tú! Así sea.

P. Raúl



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