jueves, 11 de diciembre de 2008

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO.

PERMANEZCAN EN LA ALEGRÍA
EL SEÑOR ESTÁ CERCA
Evangelio:
Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 6-8. 19-28
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?» Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías.» Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?» El dijo: «No lo soy.» «¿Eres tú el Profeta?» Respondió: «No.» Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?» Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías.»Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?» Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando. Palabra del Señor

COMENTARIO:

Un hombre tenía un cenzontle que lo despertaba cada mañana con su alegre canto. Y el hombre aquél, que se afanaba día con día por estar alegre, no lo conseguía. Había atrapado un pájaro alegre pero no había atrapado la alegría.
El hombre ha conseguido muchas cosas para estar alegre, para sentirse feliz, pero se ha quedado con las cosas y no ha sabido obtener de ellas la alegría. Y es que la alegría es una de las metas más importantes de la persona, todos deseamos poseerla, muchos fingen tenerla, y son envidiados por eso, otros la confunden con la sensación que causa el tener, el poder y la fama. Y luego empeñan su vida para tener dinero, después comprometen la vida de los demás para tener poder y después quedan tristemente en el anonimato de una celda o de una sepultura, pero siempre, esas son las crueles consecuencias, sin haber conseguido una pizca de alegría. Esto me recuerda a los lobos, que son cazados astutamente, pues el cazador conoce muy bien su debilidad por la sangre y esta debilidad es la que los mata. El cazador entierra en la nieve una daga filosa cubierta de sangre, el lobo; con su fino instinto llega hasta él y comienza a lamerla y se va arrancando a pedazos su lengua, sin percatarse de que ahora lo que come es su propia sangre, hasta que muere, totalmente desangrado.
¿Cómo conseguir lo que nos recomienda el apóstol San Pablo? “estén siempre alegres” cuál es esa receta para estar permanentemente alegres. Creo que todos deseamos ese estado de nuestra alma, a nadie le gusta estar triste, al menos que sea para llamar la atención y conseguir algo. Creo que la auténtica alegría no se contrapone ni al sufrimiento ni a los problemas de la vida. Al contrario, la purifican. He visto gente que sufre con una sonrisa. Lo miré hace poco en una persona a la que le asesinaron a dos seres muy queridos, y estoy seguro de que su sonrisa era causada por una moción interior muy profunda, que mucho tiene que ver con Dios y la amistad y abandono en Él.
La razón más grande y más auténtica que viene a suscitar en nosotros una permanente alegría es lo que vivimos en la liturgia de hoy y el mensaje central. “El Señor está cerca” muy cerca de nosotros. Por lo tanto el origen de nuestras tristezas es sentirnos lejos de Él, abandonados a nuestra suerte y todavía con la responsabilidad y la angustia de tener que alcanzar la felicidad por sí solos, viviendo cada día con la tristeza de que viene el día siguiente y el presente se me escurre de las manos y no acabo por sentirme feliz, a pesar de los placeres y gustos que ofrece el mundo de hoy para comprar un poquito la alegría, como se le compra a un niño un juguete nuevo y caro.
La Palabra nos llega muy a tiempo. Para regresarnos hacia Dios, para regocijarnos en Él. Dejemos de voltear de una vez por todas hacia otros rumbos donde no está Dios, porque ya sabemos cual es el resultado: la infelicidad y la tristeza. En pocas palabras: nuestra alegría es tener a Jesús muy cerca, incluso dentro de nosotros y nuestra tristeza es perderle.
La alegría que nos trae la presencia de Jesús es una alegría acompañada de justicia y de paz, que solamente Él puede regalarnos y ayudarnos a conservarla en nuestras vidas. El estar en esa cercanía con Él nos produce la gracia y nos abre el corazón a su luz y a su verdad y suscita una profunda alabanza y gratitud que alejan todo temor, tristeza y preocupación, transformándola en una responsabilidad e interés por hacer el bien a los demás y comunicar la esperanza, siendo testigos de la luz, como el Bautista para saber animar y conducir con nuestra sonrisa a todos hacia el encuentro pleno con la Luz inagotable y la fuente misma de la alegría: Jesucristo el Señor. Recuerda siempre que la alegría es el lenguaje continuo de los hombres inteligentes y es la prueba más grande de la sabiduría, gustar de Dios y saborearlo es nuestra mayor felicidad. Especialmente en su presencia eucarística y en el hermano.

P. Raúl

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