sábado, 17 de noviembre de 2007

REFLEXIÓN


Estamos ya terminando el año litúrgico. El ciclo “C”, para comenzar uno nuevo, el ciclo “A”. Recordemos que son tres ciclos litúrgicos que nos van llevando dando vueltas, en espiral hacia arriba, porque cada año litúrgico nos ubica y nos adentra más en el misterio de Cristo nuestro Hermano.
Todo final tiene su dificultad, todo cambio implica un “desacomodarse” para volver a comenzar. Así está diseñado el universo. Muere el día para nacer en un hermoso amanecer, muere la primavera, para dar paso al invierno, muere el grano para dar abundante fruto, muere el año para dar paso a uno nuevo, morimos nosotros para resucitar con Cristo, esa es la enseñanza de la naturaleza y de la Liturgia de la Iglesia que expresa bellamente en cada signo la dinámica de la vida. La resurrección sobre la muerte, la misericordia sobre el perdón, el orden sobre el caos.

La palabra de Dios en este día nos señala un rumbo bajo tres señales o claves:
Primero: como hubo un principio así habrá un final. Pero hemos de permanecer y perseverar hasta el final, como Jesús que no se retracta en el camino de la cruz. Si permanecemos firmes conseguiremos la vida y ni uno solo de los cabellos de nuestra cabeza perecerá.
Segundo: No hemos de vivir con angustia. Sino cada día con alegría como si fuera el primero y el último de nuestra vida. Alabando a nuestro Dios cantando al son del arpa, porque ya viene a gobernar con poder y con justicia.
Tercero. No hay que permanecer sin hacer nada, en la holgazanería, porque el trabajo nos dignifica y nos santifica y cada cual ha de estar construyendo su propia vida y ayudando a construir la de los demás, ya que el trabajo nos hace ser co-creadores con Dios, el artífice del universo. El que trabaja y pone lo mejor de sí mismo para el servicio de los demás, no se deprime ni se aburre, ni se angustia, porque el tiempo la pasa ocupado, y al estar ocupado deja de mirar el reloj de su vida para entrar en la eternidad del amor de Dios.
Había algunos cristianos que no trabajaban porque creían que la venida de Nuestro señor Jesucristo era inminente, y decían ¿para que trabajar, para que construir y para que sembrar si ya el final está a la puerta? Muchos también apoyados en aquel texto de la Sagrada Escritura que dice: Miren cómo las aves del cielo no siembran, ni cosechan, ni guardan en bodegas, y el Padre celestial, Padre de ustedes, las alimenta. ¿No valen ustedes más que las aves? ¿Quién de ustedes, por más que se preocupe, puede alargar su vida? Y ¿por qué preocuparse por la ropa? ¡Miren cómo crecen las flores del campo! No trabajan ni tejen, pero yo les aseguro que ni Salomón en el esplendor de su gloria se vistió como una de esas flores. Y si Dios viste así la hierba del campo, que hoy florece y mañana se echa al fuego, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe? ¿Por qué pues, tantas preocupaciones: "¿Qué vamos a comer?, o "¿qué vamos a beber?", o "con qué nos vestiremos?" (Mateo 6:25-34), haciendo una mala interpretación de este texto, se sentaban con los brazos cruzados esperando que la comida les cayera del cielo. Hoy hay muchos que tampoco trabajan, pero sin la necesidad de apoyarse en ningún texto. Sin embargo vale la sentencia de San Pablo para todos: “el que no trabaje… que no coma”. Así de sencillo, cada cual de acuerdo a su condición, edad y capacidad.
Al hombre se le ha confiado el cuidado de la tierra, todo le ha sido sometido bajo sus pies (Salmo 8). Sin embargo el hombre no ha sido muy fiel que digamos como administrador de los bienes de Dios para provecho de todos. Ha hecho una muy mala distribución de lo que pertenece a todos, ha tenido ambición y constantemente pone en peligro este mundo inventando armas nucleares y fabricando energía nuclear que muchas veces está en manos de “locos” que con tal de mostrar su poder, no dudaría ni un segundo para destruir el mundo que es hogar de todos como hijos de Dios, aunque no el definitivo, pero es en este mundo y no en otro donde hemos de construir el Reino de Dios.

En cierta ocasión llegó un circo a un pueblo, después de instalarse, desfilaron por las calles para atraer a la comunidad, payasos, trapecistas y animales. Y por la tarde comenzó la función. A mitad del espectáculo por causa de un corto se ocasionó un incendio. Uno de los payasos corrió apresurado advirtiéndole a la comunidad que salieran a prisa porque el fuego se estaba extendiendo por alrededor de la carpa, y la gente reía con aquellas graciosadas que el payaso decía y entre más les decía más reían. Cuantas veces no tomamos en serio lo que se nos advierte, y no salimos corriendo a cambiar de actitudes, a apagar el fuego devastador del odio, de la envidia, del resentimiento. Y oímos causándonos gracia el sermón y ridiculizamos los sacramentos y nos prestamos a la burla de lo sagrado, cuando se nos informa que faltan vocaciones a la vida sacerdotal, no se nos hace importante este problema, disminuimos importancia a los mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia. Y el fuego devorador va acabando con nuestras familias, nuestros hogares, nuestros matrimonios. Nos va quitando la paz y nos hace arder en la angustia y la desesperación, simplemente porque no hacemos caso al llamado de alerta, que nos hace la Palabra de Dios que se hace presente a través de un hombre, que frecuentemente es visto como un payaso. Un payaso en medio de un circo que se está quemando con todo el pueblo adentro.

P. Raúl

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