sábado, 3 de noviembre de 2007

DOMINGO XXXI



EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas 19, 1-10
El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.
Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: “Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.”
Él bajó en seguida y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.”
Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: “Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.”
Jesús le contestó: “Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán.
Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.”
Palabra del Señor


COMENTARIO:

A propósito del día de todos los santos que acabamos de celebrar el 1º. De este mes de noviembre, cuentan que un santo cuando era niño, en una ocasión que su madre salió al mercado, aprovechó para tomar una de las sabrosas galletas de un refractario de vidrio, pero desgraciadamente, cuando se disponía a bajarlo de una alta vitrina, se le resbaló y cayó al piso haciéndose añicos, desparramándose por toda la cocina los pedazos de vidrio mezclados con las galletas. Lleno de pena se dispuso a limpiar apresuradamente, dirigiéndose posteriormente a un árbol del jardín, cortó una delgada rama y se quedó esperando a su madre a cierta distancia de su casa.
Cuando ve que se acerca su madre, corre rápidamente hacia ella. Sorprendida le pregunta: ¿Qué ha pasado?, ¿porqué traes esa rama? el niño le responde: Madre: iba a tomar una galleta y se me cayó el refractario, se quebró y yo soy culpable: toma esta rama para que me castigues: La madre toma la rama y la arroja lejos, dándole un abrazo lleno de ternura le dice: “Hijo mío, el castigo es para los culpables que esconden su pecado y no se arrepienten: tú lo has reconocido y además estoy segura de que no fue tu intención, sino un accidente. “
Ante Dios Nuestro Señor, no podemos ocultar nuestras faltas. El sabe de lo que estamos hechos. Sin embargo nos damos cuenta de que el Señor está más pronto al perdón que nosotros al arrepentimiento. Siempre que en la arena de nuestra vida escribamos grandes errores, vienen las suaves olas de su amor y misericordia y las borran.
Lo podemos constatar en el encuentro de Jesús con Zaqueo. No es Zaqueo el primer interesado en conocer a Jesús, es Jesús que ya lo conoce y lo mira trepado ridículamente en aquél arbusto, lo ve con ternura y lo llama por su nombre: aprovecha la curiosidad de Zaqueo que es como una pequeña abertura en la puerta de su corazón, para entrar en su vida como un suave rayo de luz, que permite a este pequeño hombrecito, darse cuenta de su miseria a pesar de tener tanto dinero, de su necesidad y hambre de Dios, a pesar de tener la alacena repleta. Entonces comienza su conversión, trepado en el árbol se deja transformar en sarmiento de Cristo que es el Árbol de la Vida. Jesús lo llama y le pide que se baje. Cuantos árboles planta Dios para que nos subamos y lo contemplemos y lo veamos con nuestros propios ojos, no basta que nos hablen de Él, es necesario constatarlo por nosotros mismos. Conocerlo más, subir alto para poder reconocerlo. La Eucaristía es como ese Árbol que nos permite elevarnos a su grandeza divina, pero que nos manda al final a que nos bajemos para poder hospedar a Jesús en nuestra casa. Que miremos más de cerca a Dios en el necesitado, en el hambriento, en el encarcelado, en el damnificado. Hoy Jesús quiere quedarse con nosotros, ese Jesús está trepado en el techo de aquellos poblados de Puebla y de Chiapas y espera con paciencia nuestra generosidad. Nos pide que compartamos con Él nuestro techo, nuestra cobija y nuestro pan.
P. Raúl

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