sábado, 14 de febrero de 2009

VI DOMINGO ORDINARIO




Evangelio (Mc 1,40-45): En aquel tiempo, se acerca a Jesús un leproso suplicándole, y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes. Palabra del Señor
COMENTARIO
Después de una gran crisis financiera, un hombre perdió su casa, y tuvo que rentar una. Por mala fortuna, el Dueño era una persona sumamente fastidiosa, frecuentemente tocaba a la puerta para advertir que no colocaran clavos en la pared, que el jardín debería de estar arreglado de determinado modo, que si el agua, que la luz, que el dinero de la renta, que los niños, etc., etc. El tiempo pasaba y a este hombre cada vez se le hacía más difícil la vida, no podía vivir en paz y no encontraba otro sitio donde hospedarse con su familia. Resulta que un buen hombre, que se dio cuenta de aquella situación, se compadeció y trató de comprar aquella vivienda ofreciendo una suma considerable que el dueño no pudo rechazar. Después de haber adquirido dicha propiedad, el buen hombre se dirige a la que ahora es su casa, toca respetuoso la puerta y el hombre sale desconfiado, se presenta y le dice que es el nuevo dueño, que de ahora en adelante puede vivir tranquilo. El hombre se siente en paz y agradecido, pero apenas cierra la puerta vuelve a escuchar unos toquidos y abre sin miedo alguno, es el antiguo dueño que se acerca para advertirle que está obligado a seguir cuidando esa casa como le había indicado, por haber pertenecido a él desde hace mucho tiempo, el hombre lo para en seco y le dice: “usted ya no es dueño de esta casa, si quiere algo hable con el nuevo dueño, ahora váyase y no me moleste más. Usted no tiene nada que hacer aquí.

La llegada de Jesús, el nuevo dueño de nuestras vidas que nos ha rescatado a un precio muy alto (el derramar su propia sangre por nosotros en la cruz), nos ha de dar la seguridad y la confianza porque la casa que habitamos es su morada. Somos de Él, el nos ha tocado y nos ha sanado de la lepra del pecado que muchas veces amenaza con brotar nuevamente. El pecado que aunque ya no le pertenecemos, sigue tocando a nuestra puerta para recordarnos nuestro tiempo pasado, para robarnos la paz y la alegría que el Señor Jesús ha sembrado en nuestros corazones. Situémonos un poco en nuestra realidad y descubramos las trampas del mal que frecuentemente nos hacen caer y perder la paz que anhelamos a nivel personal, familiar y comunitario. Esas trampas son el miedo, la incertidumbre y la angustia. Se habla de crisis económica y nos echamos a temblar, como si Dios nos fuera a abandonar, pero lo más grave es que dejamos de hacer lo que tenemos que hacer; es cierto que Dios alimenta a los pajarillos, pero también es cierto que los pajarillos salen del nido a buscar su propio alimento. Los tiempos nuevos traen consigo retos nuevos, y para que las cosas funcionen mejor, lo primero es conocer a Jesús que no cambia, que sigue siendo el mismo ayer, hoy y siempre, es el mismo que se compadece, que ama y se entrega; dejarnos guiar por su ejemplo, por su Evangelio. En este tiempo de violencia urge aprender a vivir en familia practicando los valores fundamentales, el amor, el respeto, la unidad, la fraternidad. Que existan verdaderos actos de amor y signos de reconciliación de unos con otros. El cambio verdadero no lo debemos de esperar en los gobiernos sino en nuestros corazones, no en los sistemas sino en nuestra conversión personal hacia Dios. Es el tiempo de oportunidad para relacionarnos sanamente con las cosas materiales, de no malgastar, de cuidar lo que Dios nos da, los recursos naturales y el medio ambiente, evitar la vanidad y las falsas apariencias, cuidarnos a nosotros mismos, nuestra familia, nuestros trabajos. Porque lo que tenemos, muy fácilmente lo podemos perder. La lepra comienza con una pequeña mancha blanca en la piel, también nuestros grandes males comienzan con pequeños signos de maldad, un desprecio, una falta de atención o de aceptación. Las calamidades por las que pasamos actualmente son como una lepra que se ha pegado a nuestro pueblo, que han comenzado en una familia, en una escuela, en una calle y que se ha ido extendiendo a todos lados. Es el momento de que el pueblo de Dios se ponga en cuarentena y se purifique, para que se limpien y sanen las estructuras e instituciones. Para que la familia, el gobierno y la Iglesia sean el espacio donde cada persona viva su libertad y responda a su vocación personal como Hijo de Dios.
P. Raúl

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