sábado, 23 de febrero de 2008

III DOMINGO DE CUARESMA... RUMBO A LA PASCUA. EL SIGNO DEL AGUA

Evangelio según San Juan 4,5-42.
Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: "Dame de beber". Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: "¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?". Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: 'Dame de beber', tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva". "Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?". Jesús le respondió: "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna". "Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla". Jesús le respondió: "Ve, llama a tu marido y vuelve aquí". La mujer respondió: "No tengo marido". Jesús continuó: "Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad". La mujer le dijo: "Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar". Jesús le respondió: "Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad". La mujer le dijo: "Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo". Jesús le respondió: "Soy yo, el que habla contigo". En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: "¿Qué quieres de ella?" o "¿Por qué hablas con ella?". La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: "Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?". Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: "Come, Maestro". Pero él les dijo: "Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen". Los discípulos se preguntaban entre sí: "¿Alguien le habrá traído de comer?". Jesús les respondió: "Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: 'no siembra y otro cosecha' Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos". Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que hice". Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo".


comentario:
Un hombre iba por el océano, y su barca se hundió, quedando a la deriva por algunos días. De milagro, un barco pesquero que andaba por ese rumbo, logró rescatarlo en un estado demasiado crítico. Pasaron los días y el hombre al irse recuperando, reconoció un grave error que había cometido. Para saciar su sed, bebía el agua del mar. La sal y la arena que entraban por su cuerpo hacían que el hombre más rápidamente se deshidratara.
Eso mismo ocurre cuando experimentamos esa sed de amor, de cariño, de comprensión, de compañía, de atención. Nos encontramos en la misma situación del naufrago, aferrados a algo que nos ayude a mantenernos a flote en el inmenso mar de la vida, con los retos, dificultades, competencias y luchas que el mundo de hoy ofrece como única salida para ser alguien ante los demás.
¿Pero qué es lo que hacemos cuando experimentamos este tipo de sed?, ¿salimos corriendo a comprarnos una coca cola, queriendo hidratar con ella el corazón reseco y resquebrajado por la falta de Dios? es que no sabemos en realidad, no sabemos identificar cual es nuestra necesidad. La sed y el hambre indican una necesidad, algo que hay que llenar, pero no lo podemos llenar con cualquier cosa.
El que se siente solo se refugia muy a menudo en aquello que en lugar de acercarlo a él mismo, a Dios y a los demás, lo aleja y lo aísla, el que tiene sed de amor, trata de saciarlo con los placeres, tomando como principio de su vida “darle al cuerpo lo que pida”. El que se siente incomprendido, no tomado en cuenta, insignificante, trata de saciar su sed con el alcohol. Las drogas y todo tipo de vicio, para así llamar la atención de los demás.
Hoy el Señor Jesús se nos presenta como el “Don” de Dios. El manantial de agua viva. El que sacia verdaderamente nuestra sed, de amor, de soledad, de tristeza, de angustia.
En la samaritana estamos representados todos. Llevamos nuestro cántaro una y otra vez al pozo, volvemos y cuantas veces hasta quisiéramos sumergirnos en esa agua para no sentirnos tan secos, tan insípidos, tan faltos de vida. El cántaro significa el vacío del hombre, su falta de Dios, de vida. Al medio día, es a la mitad de la vida cuando comenzamos a sentirnos fatigados y cansados de volver y regresar nuevamente para sentirnos un poco llenos, es la hora del hambre y de la sed. Pero en el brocal del pozo, donde podemos resbalar y caer o regresar una y otra vez, insatisfechos. Está sentado, esperando Jesús. un encuentro con la Palabra que nos hace volver al camino, a la fuente de agua viva. Donde ya jamás tendremos hambre y sed porque el amor todo lo llena y todo lo alcanza. El amor de Dios que fluye como un manantial y llega a cada corazón., lo inunda y hace que se desborde, para que vaya más allá de nosotros mismos. Con el amor que Dios nos ama, es con el que podemos amar y perdonarnos a nosotros mismos y a los demás.
P. Raúl

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