sábado, 12 de enero de 2008

EL BAUTISMO DE JESÚS NOS PREPARA EL AGUA PARA EL CIELO.



Cuentan que una vez, un hombre envió a su joven hijo a llenar un cántaro al río, y le dijo que volviera lo antes posible. El joven obedeció y fue al río a llenar el cántaro de agua, mientras su padre lo observaba desde lejos. Entonces el hombre vio a su hijo que ponía el cántaro debajo de una cascada, y la fuerza y cantidad del agua era tanta que no entraba en el cántaro, pues era de cuello delgado. Cuando el hijo volvió, traía el cántaro roto del cuello por el constante golpear y la fuerza del agua, esto además provocó que el agua llegara turbia y sucia.

El padre preguntó entonces: ¿por qué no simplemente sumergiste el cántaro en el río?, ¿no veías que el agua de la cascada era demasiada para el cuello del cántaro?
El hijo respondió: - sí, pero es que quería llenarlo lo más rápido posible.

Cada ser humano es como ese cántaro frágil, pero capaz de contener la gracia de Dios, de sumergirse en las aguas mansas y cristalinas de la gracia de Dios. Eso es el Bautismo. Entrar en el río del Espíritu de Dios. Meternos completos, con toda nuestra vida, alma y corazón, para que se inunde todo nuestro ser, de la presencia de Dios. El bautismo es ponernos en el canal de la gracia de Dios. Los cielos se abren y la voz del Padre se deja escuchar, cuando entramos en su frecuencia, y nos comunica su amor, como con Jesús: “este es mi hijo muy amado, en quien me complazco”. El bautismo es sumergirse para salir llenos de Dios. Es nacimiento, es dejarse tocar por Dios, es comunicación y relación viva de amor con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Jesús quiso hacer fila para ser bautizado por Juan, que administraba un Bautismo de conversión. Aquél que no tenía de que arrepentirse, porque siempre hacía la voluntad de Dios, nos muestra constantemente un rasgo muy característico de su personalidad: la humildad. Y gracias a su humildad, las aguas se santifican y los cielos se abren para nosotros. Que grande enseñanza de paciencia y humildad. Hoy en día queremos todo rápido, y por lo mismo, vivimos un cristianismo fugaz, porque no queremos someternos a ningún proceso de formación o de profundización en nuestra fe. Si se trata de bautizar, que sea a nuestro tiempo y a nuestro modo. Cuando el marranito esté gordo o cuando el compadre pueda. Pero casi nunca nos ponemos a ver el verdadero sentido del bautismo, todo lo que Dios realiza en este signo tan maravilloso, no somos capaces de colocar el cántaro de nuestra vida en el río, sino en la cascada, y es cuando se rompe el canal de la gracia, la alegría auténtica, el sentido profundo de la dignidad de los hijos de Dios.



P. Raúl

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